Siete
de la mañana de un sábado de verano. Nos encontramos en Mataró,
una ciudad costera cerca de Barcelona. Acabo de cargar mis cosas en
el coche, todo lo que creo necesario para mi estancia en Suiza, o
quizá para el resto de mi vida. Ser consciente del momento da
vértigo. Volver antes de tiempo sería una derrota, hay que tirar pa
alante. Mi madre mira cómo mi padre y yo jugamos al tetris colocando
los bultos en Manolita, mi Renault Scenic que tantos viajes y
alegrías me ha proporcionado, que hemos vivido juntos. Tiene los
ojos llorosos, con el pañuelo
en las manos. Se me encoje el corazón.
- Que sí papá, lo tengo en cuenta, todo irá bien ya verás. Os llamaré cuando pare para comer.
Mi
padre se despidió de mí con un beso, creo que era la primera vez
que se despedía así de mí. Unos golpecitos en el hombro y me pasa
con mi madre.
-Que sí mamá, no te preocupes, no tengo prisa por llegar.
Listo
el gps, listos Manolita y un servidor de ustedes. Esta aventura había
empezado seis meses atrás. En realidad no era una aventura, era lo
que debía hacer. Dieceseis años trabajando con mi padre mano a mano
en la construcción. Me patee con él gran parte de la provincia de
Barcelona, trabajando para el mejor postor, nunca parábamos
demasiado tiempo en una empresa. Poner ladrillos de obra vista,
azulejar, hacer tabiquerías de los pisos nunca fue mi sueño, pero
era y es un oficio honrado, y hasta no hace mucho, bien remunerado.
A
principios del 2008 todo empezó a cambiar, las obras que había en
construcción meses atrás, se vaciaban de personal. La espantá,
como le llamo yo, fue demencial. Era el primer impacto de la
explosión de la burbuja inmobiliaria y nos impactó de lleno siendo
los primeros en caer de toda la cadena de profesionales que nos
seguían detrás, cayendo como un dominó sin fin.
Mi
padre después de intentar colocarnos sin éxito en otro sitio,
desistió y preparó los papeles para su prejubilación. Yo me
encontré en paro por primera vez sin perspectivas de encontrar nada
que mereciera la pena. La búsqueda y sus consiguientes decepciones
eran como la gota malaya, apenas se notaban, pero iban minando tu
moral.
Trabajé en una empresa de manipulación, trabajos en cadena a
través de una ett. Aquello era lo más parecido a un campo de
concentración. Sólo aguantaban las chicas que más rápido pegaban
pegatinas en los botes de champú y los chicos más burros que
cargaban pesos sistemáticamente en palets, embalaban, controlaban
que no se atascara en la máquina de precintaje...Aguanté tres
meses. Las encargadas me querían pero me escapé a la minima
oportunidad. Un trabajo para un mes en una empresa de moldes de
silicona para el sector farmacéutico. Acabé trabajando un año
entero. El jefe estudió bien mis intereses. Y en vez de hacerme fijo
en plantilla como a otros compañeros que entraron por las mismas
fechas, me dieron la papeleta. Intuyo que vio que no tenía un
caracter de sumisión total, y que me iría a la que pudiera. Acertó
de pleno, creo que fue el mejor favor que me pudo hacer.
Pasé
unos meses en paro hasta que volví a encontrar otro trabajo en una
empresa de componentes electrónicos. No necesité mucho tiempo para
darme cuenta que como muchas otras empresas, irían a peor en
cuestión de ventas. Eso se traduciría en despidos, eso se
traduciría en que tenía los días contados. Fue el momento de
pensar en la posibilidad de irme a trabajar fuera. Aquí empezó mi
plan para buscar empleo, igual le puede servir a alguien. Tanto los
pasos que tuve que hacer, como los rincones que conocí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario